viernes, 23 de octubre de 2009

VERDAD DE LA BUENA

¿Cómo se puede discernir, si alguien dice la verdad?

Con dar o comprometer la palabra, algo sagrado antaño, no basta, se requieren hechos que sirvan para atestiguar que lo que se esta diciendo es cierto y no fruto de una elucubración, falsedad o simple y llanamente de la mentira.
En esta cuestión el refranero español es sabio y fruto del acerbo y sapiencia popular se ha llegado a la conclusión de que "la cara es el espejo del alma" y que se "pilla antes a un mentiroso que a un cojo".

Se nos quiere hacer ver que observando y analizando el comportamiento, los gestos y reacciones de un individuo se puede llegar a saber si miente. De forma que han surgido técnicos en esta materia, la de averiguar si alguien no dice la verdad, como es el caso del psicólogo estadounidense Paul Ekman experto en comunicación no verbal (la forma en que expresamos nuestras emociones y su significado) cuyas andazas han servido de inspiración a la serie Miénteme que se emite en Antena3. Pudiendo encuadrar en ese grupo a algunos jueces, como ejemplo más reciente, el magistrado Javier Gómez Bermúdez que tuvo que negociar con una testigo que vestía burka, para que se lo quitase pues "Viendo su cara, puedo ver si miente o no, si una pregunta le sorprende o no”.

Digo bien eso de que se nos quiere hacer ver, pues al igual que surgen “profesionales de la verdad”, sin lugar a dudas y de forma mas palpable los hay de la mentira (estafadores, timadores, políticos…), que con un entrenamiento adecuado (soldados de elite o espías son un ejemplo, eso si peliculero como el anterior) consiguen eludir esos posibles signos delatores para poder cumplir sus finalidades, así ha quedado demostrada fehacientemente la inutilidad de la supuesta maquina de la verdad.

A pesar de lo expuesto si existe un método ineludible para identificar a un mentiroso, es el de la ordalía. Consistente en realizar una serie de pruebas al “presunto reo de la mentira” -el caso que nos ocupa-, para dictaminar si dice la verdad. Es el llamado juicio de dios, en el que la divina providencia dictaminara la inocencia o culpabilidad del enjuiciado. Tales pruebas podían consistir en coger un hierro candente, arrojarles agua o aceite hirviendo, beber veneno, maniatar al presunto y arrojarlo a un río o estanque, o algo tan aparentemente simple e inocuo como comer pan y queso -en cierta cantidad, si el comensal resultaba culpable, Dios le enviaría un ángel que le impediría tragar lo comido (sic)-. De forma que si salían indemnes de estas pruebas serian inocentes a todas luces.

Puede parecer que volver a esta institución utilizada durante la
Edad Media sea retrogrado, desfasado o incluso inaplicable en estos tiempos que corren, lo que seria un error pues esta ampliamente consensuado que la historia es cíclica. Este carácter, de la historia, últimamente se esta manifestando con propulsión y proliferación, como puede ser en el terreno de la moda en que se vuelve a las tendencias del pasado. O llegando al terreno técnico-científico en el que la NASA, retoma el empleo de cohetes propulsores, como en el inicio de la carrera espacial, para lanzar naves tripuladas al espacio, dejando de un lado los transbordadores.

Utilizando este método, por ejemplo el de arrojar al agua maniatado, se podría haber averiguado de forma fidelizna si el pirata Somalí Abdu Willy (traído desde el cuerno de África a tierra santa por ordenes del juez Garzón) es o no mayor de edad, y nos habríamos evitado ese lamentable y bochornoso espectáculo de pasearle por Madrid, que han dado la Audiencia Nacional y el Juzgado de Menores.

Pero sin lugar a dudas, el lugar propicio, el campo a abonar, para ejercitar las ordalías en la actualidad es en el mundo político.
Así podríamos saber si el vicepresidente tercero del Gobierno y ministro de Política Territorial, Manuel Chaves, dice la verdad sobre el tema de su hija –caso Matsa-, extensible a dilucidar la realidad de su exiguo patrimonio, después de llevar ejerciendo la profesión unos 20 años; o ya entrando en harina de otro cospedal costal si los peperos (Rajoy, Camps, Ricardo Costa, Esperanza Aguirre….) dicen y practican lo propio en el caso Gürtel.

Al ministro se le podría “ofrecer” la prueba de comer pan y queso, no por su prominente anatomía, si no por su afán derrochador y a los otros la del hierro candente, en la que estoy seguro que ninguno de ellos pondría la mano en el fuego, ya que el resultado es previsible pues todo esto huele a chamusquina.

“La historia se repite primero como tragedia y después como comedia” Carlos Marx



2 comentarios:

María Ibáñez dijo...

Estoy de acuerdo en “que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” pero, no estoy de acuerdo, en que “la cara es el espejo del alma” porque si así fuera ¿qué haríamos las personas que no tenemos una cara agraciada, o angelical.
Efectivamente, hay profesionales de la mentira, los políticos, son los mayores mentirosos a lo largo de la historia. Mientras tanto, nos quieren hacer creer, que se creen sus propias mentiras. Creo que no caldría hacerles ninguna prueba, pues es evidente, que son unos mentirosos, pues nada de lo que prometieron cumplieron.
Con lo del terrorista, yo, aunque soy antiviolencia, en este caso habría que darle un par de guantazos bien daos.
Volviendo al campo político, yo en lugar de hierros candentes, les pondría los sueldos a razón del salario mínimo interprofesional, que es lo que ganamos la mayoría de los trabajadores. O sino que intenten malvivir con lo que cobra un pensionista.

María Ibáñez almadraque.blogspot.com

Carol Bret dijo...

El lenguaje político está basado en saber mentir "bien", en adivinar lo que la gente quiere oír, pero no hacerlo.
La cara es el espejo de lo que el otro proyecte en nosotros, de poco vale ser honesto si no quiere ver la honestidad, o no puede.
A los mentirosos ¡claro que se los pilla hasta sentado! Son, precisamente, los que intentan convencerte de algo.
Está bien este blog.
Opina usted con buen talante ;)
e invita al debate.
Salud.