miércoles, 28 de noviembre de 2007

ECOLOGICO

De tanto oír hablar del cambio climático, sus consecuencias presentes y futuras, y qué es lo que se puede hacer para evitar el deterioro de nuestro planeta, me ha entrado una vena ecologista. La tenia un poco perdida, porque estos temas siempre me han gustado e interesado, pero unas veces por falta de tiempo y otras producto de las circunstancias, en no pocas ocasiones debido a falta de valor en implicarme mas, me habían hecho desistir de esta practica.
Pasada esa pequeña zozobra y fruto de ese nuevo espíritu que nos están involucrando en defensa de la naturaleza, me he puesto manos a la obra y he comenzado a realizar mis primeros pinitos en la materia, como ecologista de a pie, intentando vivir y sentir la naturaleza en estado puro, para eso me he puesto a buscar lugares, en los que la mano del hombre posiblemente haya pasado pero no ha sabido involucrarse en ese espacio y fundirse con el. A continuación voy a intentar describir un paisaje que me encontrado no hace mucho, que plasma el sentir ecologista, al que se podría considerar como La Octava Maravilla del Mundo.

La ruta comienza por una llanura, de no muy grande extensión pero que a la vista se hace inmensa, celestial, dejando al viajero con la impresión de que en su camino se va a encontrar con un paisaje paradisíaco, mas tarde nos damos cuenta que esa primera impresión se queda corta, extremadamente corta.
Al fondo de ésta tras una ligera pero a la vez impresionante depresión surge una cordillera, formada por dos montañas.
Montañas simétricas, de una luminosidad intensamente resplandeciente, que se hacen a la vista cegadoras. Culminan en dos picos perfectos, que parecen que han sido esculpidos por la mano de un genio como Miguel Angel.
Tras las montañas nos hacemos paso a un gran valle. En el que, a una distancia equidistante de sus cuatro puntos cardinales, descubrimos con grata sorpresa, justo en su centro una mínima hondonada, en la que te gustaría quedarte y perderte, por una larga temporada.
Pasado ese valle, que para el viajero será muy difícil, por no decir imposible olvidar, lugar al que deseara volver una y otra vez, se alza un pequeño pero a su vez angosto monte. En una época, pasada pero aun presente, florido, que ahora se muestra desnudo a los ojos del viajante, pulcro y luminoso, que transmite un aroma que sosiega, calma y da espiritualidad a la vez.
Una vez que bajamos por ese monte nos encontramos con ... ... mejor lo dejare para otra ocasión, en la que tendré una mayor perspectiva fruto de una exploración minuciosa.

Si todo lo expuesto desde una perceptiva terrestre resulta impresionante, que decir tiene si fuera visto desde un plano aéreo. El parque argentino de Iguazu resultaría pequeño, destartalado y escuchimizado, sus cataratas se quedarían en meros salpicones de agua, si se les comparara con el territorio descrito anteriormente. A ese territorio espero poder volver muy pronto, para degustarlo y saborearlo, como si fuera la primera vez que lo he visto, como con los ojos de bebe que se asombran a cada pestañeo.

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